martes, 28 de febrero de 2017

Prólogo

Horacio Quiroga publicó en 1917, dieciocho relatos cortos bajo el nombre "Cuentos de amor de locura y de muerte".  En esta colección, la locura y el amor se entrelazan de manera constante, para llevar indefectiblemente a la muerte.
La vida misma es un tapiz de historias locas, amorosas, mortales. El mismo tapiz que ha inspirado a Don Horacio, me guió también a mí en la selección de estos textos. Bordada con hilos de canciones, poemas, cuentos, leyendas... presento esta tela ante ustedes, jóvenes ávidos de lecturas reconfortantes.
Espero la disfruten y que las vivencias de Cassandra, Margarita, el Amor, Coyán y Maitén o Narciso les lleguen como una caricia al corazón, como han acariciado el mío al sumergirme en esas letras.

Índice



Derechos Universales de los Lectores


  1. Derecho a no leer
  2. Derecho a saltarse las páginas
  3. Derecho a no terminar un libro
  4. Derecho a releer
  5. Derecho a leer cualquier cosa
  6. Derecho al bovarismo
  7. Derecho a leer en cualquier sitio
  8. Derecho a hojear
  9. Derecho a leer en voz alta
  10. Derecho a callarnos
Daniel Pennanc en "Como una novela"



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miércoles, 22 de febrero de 2017

Bibliografía



  • AUTÉNTICOS DECADENTES, LOS, El milagro argentino. BMG Ariola, 1989
  • BÉCQUER, Gustavo Adolfo, Rimas y leyendas. Anaya, 2004
  • BIOY CASARES, Adolfo, Una magia modesta. Tusquets editores, 1998
  • DAMOCLES, Mejor es meneallo. Bolsilibros Arca, 1961
  • JUANES, La vida... es un ratico. Universal Music Latino, 2007
  • KAPANGA, A 15 cm. de la realidad. emi-Odeon, 1998
  • MACHADO, Antonio, Poesías completas. Espasa Libros, 2010
  • MUSCOLO, Silvina [et all], Los amantes del Nahuel Huapi y otras leyendas tradicionales argentinas. Planeta, 2001
  • PRILUTZKY FARNY, Julia, Antología del amor. Plus Ultra, 1977
  • SERRANO, Ismael, Sueños de un hombre despierto. Universal Music, 2007
  • WILDE, Oscar, Poemas en prosa. Adamaranda Ediciones, 2005

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domingo, 11 de septiembre de 2016

Rima 71


      Cerraron sus ojos
      Que aún tenía abiertos,
      Taparon su cara
      Con un blanco lienzo,
      Y unos sollozando,
      Otros en silencio,
      De la triste alcoba
      Todos se salieron.

      La luz que en un vaso
      Ardía en el suelo,
      Al muro arrojaba
      La sombra del lecho;
      Y entre aquella sombra
      Veíase a intervalos
      Dibujarse rígida
      La forma del cuerpo.

      Despertaba el día,
      Y, a su albor primero,
      Con sus mil ruidos
      Despertaba el pueblo.
      Ante aquel contraste
      De vida y misterio,
      De luz y tinieblas,
      Yo pensé un momento:

      —¡Dios mío, qué solos
      Se quedan los muertos!

      De la casa, en hombros,
      Lleváronla al templo
      Y en una capilla
      Dejaron el féretro.
      Allí rodearon
      Sus pálidos restos
      De amarillas velas
      Y de paños negros.

      Al dar de las Ánimas
      El toque postrero,
      Acabó una vieja
      Sus últimos rezos,
      Cruzó la ancha nave,
      Las puertas gimieron,
      Y el santo recinto
      Quedóse desierto.

      De un reloj se oía
      Compasado el péndulo,
      Y de algunos cirios
      El chisporroteo.
      Tan medroso y triste,
      Tan oscuro y yerto
      Todo se encontraba
      Que pensé un momento:

      —¡Dios mío, qué solos
      Se quedan los muertos!

      De la alta campana
      La lengua de hierro
      Le dio volteando
      Su adiós lastimero.
      El luto en las ropas,
      Amigos y deudos
      Cruzaron en fila
      Formando el cortejo.

      Del último asilo,
      Oscuro y estrecho,
      Abrió la piqueta
      El nicho a un extremo.
      Allí la acostaron,
      Tapiáronle luego,
      Y con un saludo
      Despidióse el duelo.

      La piqueta al hombro
      El sepulturero,
      Cantando entre dientes,
      Se perdió a lo lejos.
      La noche se entraba,
      El sol se había puesto:
      Perdido en las sombras
      Yo pensé un momento:

      —¡Dios mío, qué solos
      Se quedan los muertos!

      En las largas noches
      Del helado invierno,
      Cuando las maderas
      Crujir hace el viento
      Y azota los vidrios
      El fuerte aguacero,
      De la pobre niña
      A veces me acuerdo.

      Allí cae la lluvia
      Con un son eterno;
      Allí la combate
      El soplo del cierzo.
      Del húmedo muro
      Tendida en el hueco,
      ¡Acaso de frío
      Se hielan sus huesos...!

      ¿Vuelve el polvo al polvo?
      ¿Vuela el alma al cielo?
      ¿Todo es sin espíritu,
      Podredumbre y cieno?
      No sé; pero hay algo
      Que explicar no puedo,
      Algo que repugna
      Aunque es fuerza hacerlo,
      El dejar tan tristes,
      Tan solos los muertos.


        Gustavo Adolfo Bécquer, del libro Rimas y Leyendas

domingo, 4 de septiembre de 2016

Casandra


Casandra vio en sueños el futuro 
En la sombra de una pesadilla Casandra leyó 
los versos de ese poema que aun no han escrito 
los dioses que, riendo, la hirieron con su maldicion 
Supo del hambre y de las guerras de siempre 
de bufones celebrando el odio, bailando entre hogueras 
de despedidas y de monstruos minerales 
bebiendo insaciables la savia dulce del planeta. 

Casandra vio a hombres y mujeres 
dormitando en sus burbujas 
tras las máscaras del miedo 
Mas también vio la luz del alba 
asomar por la cancela que nadie jamás abrió 
Supo que aun quedaban esperanzas 
que otros sueños la esperaban 
Casandra habló a todos de sus sueños 
mas nadie la oyó 

Nadie creyó en Casandra y sus visiones 
y la gente solo vio en su augurio delirio y locura 
La condenaron a bailar perdida y sola 
Herejía es mostrar la verdad descarnada y desnuda 
Abandonada tras los años la encontró 
un muchacho que andaba buscando esperanza y respuestas 
Casandra habló con pasión de sus presagios 
y de la luz del amanecer brindando tras a puerta 

-Creo en ti Casandra. No estas loca 
Se besaron y en su boca florecieron madreselvas 
-Dulce Casandra, ponte de pie 
-Yo te he conocido antes. Quizás te soñé 
Hay quien duda ya y cree en la leyenda 
Juntos buscaran la puerta 
Dulce mañana 
Yo, no se tú... 
creo en Casandra


Ismael Serrano en su disco "Sueños de un hombre despierto"




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Dame tu brazo, amor, y caminemos


Dame tu brazo, amor, y caminemos,

dame tu mano y sírveme de guía.
Ya no quiero saber si es noche o día:
mis ojos están ciegos. Avancemos.

Dame tu estar, amor, en los extremos,

tu presencia y tu infiel sabiduría:
por los caminos de la sangre mía
ya no sé si es que vamos o volvemos.

Y no me digas nada. No es preciso.

Deja que vuelva al pórtico indeciso 
desde donde no escucho ni presencio:

Todo fue dicho ya, tan a menudo,

que ahora tengo miedo, amor, y dudo
de aquello que está al borde del silencio.


Julia Prilutsky Farny, en su libro "Antología del amor"





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