domingo, 11 de septiembre de 2016

Rima 71


      Cerraron sus ojos
      Que aún tenía abiertos,
      Taparon su cara
      Con un blanco lienzo,
      Y unos sollozando,
      Otros en silencio,
      De la triste alcoba
      Todos se salieron.

      La luz que en un vaso
      Ardía en el suelo,
      Al muro arrojaba
      La sombra del lecho;
      Y entre aquella sombra
      Veíase a intervalos
      Dibujarse rígida
      La forma del cuerpo.

      Despertaba el día,
      Y, a su albor primero,
      Con sus mil ruidos
      Despertaba el pueblo.
      Ante aquel contraste
      De vida y misterio,
      De luz y tinieblas,
      Yo pensé un momento:

      —¡Dios mío, qué solos
      Se quedan los muertos!

      De la casa, en hombros,
      Lleváronla al templo
      Y en una capilla
      Dejaron el féretro.
      Allí rodearon
      Sus pálidos restos
      De amarillas velas
      Y de paños negros.

      Al dar de las Ánimas
      El toque postrero,
      Acabó una vieja
      Sus últimos rezos,
      Cruzó la ancha nave,
      Las puertas gimieron,
      Y el santo recinto
      Quedóse desierto.

      De un reloj se oía
      Compasado el péndulo,
      Y de algunos cirios
      El chisporroteo.
      Tan medroso y triste,
      Tan oscuro y yerto
      Todo se encontraba
      Que pensé un momento:

      —¡Dios mío, qué solos
      Se quedan los muertos!

      De la alta campana
      La lengua de hierro
      Le dio volteando
      Su adiós lastimero.
      El luto en las ropas,
      Amigos y deudos
      Cruzaron en fila
      Formando el cortejo.

      Del último asilo,
      Oscuro y estrecho,
      Abrió la piqueta
      El nicho a un extremo.
      Allí la acostaron,
      Tapiáronle luego,
      Y con un saludo
      Despidióse el duelo.

      La piqueta al hombro
      El sepulturero,
      Cantando entre dientes,
      Se perdió a lo lejos.
      La noche se entraba,
      El sol se había puesto:
      Perdido en las sombras
      Yo pensé un momento:

      —¡Dios mío, qué solos
      Se quedan los muertos!

      En las largas noches
      Del helado invierno,
      Cuando las maderas
      Crujir hace el viento
      Y azota los vidrios
      El fuerte aguacero,
      De la pobre niña
      A veces me acuerdo.

      Allí cae la lluvia
      Con un son eterno;
      Allí la combate
      El soplo del cierzo.
      Del húmedo muro
      Tendida en el hueco,
      ¡Acaso de frío
      Se hielan sus huesos...!

      ¿Vuelve el polvo al polvo?
      ¿Vuela el alma al cielo?
      ¿Todo es sin espíritu,
      Podredumbre y cieno?
      No sé; pero hay algo
      Que explicar no puedo,
      Algo que repugna
      Aunque es fuerza hacerlo,
      El dejar tan tristes,
      Tan solos los muertos.


        Gustavo Adolfo Bécquer, del libro Rimas y Leyendas

domingo, 4 de septiembre de 2016

Casandra


Casandra vio en sueños el futuro 
En la sombra de una pesadilla Casandra leyó 
los versos de ese poema que aun no han escrito 
los dioses que, riendo, la hirieron con su maldicion 
Supo del hambre y de las guerras de siempre 
de bufones celebrando el odio, bailando entre hogueras 
de despedidas y de monstruos minerales 
bebiendo insaciables la savia dulce del planeta. 

Casandra vio a hombres y mujeres 
dormitando en sus burbujas 
tras las máscaras del miedo 
Mas también vio la luz del alba 
asomar por la cancela que nadie jamás abrió 
Supo que aun quedaban esperanzas 
que otros sueños la esperaban 
Casandra habló a todos de sus sueños 
mas nadie la oyó 

Nadie creyó en Casandra y sus visiones 
y la gente solo vio en su augurio delirio y locura 
La condenaron a bailar perdida y sola 
Herejía es mostrar la verdad descarnada y desnuda 
Abandonada tras los años la encontró 
un muchacho que andaba buscando esperanza y respuestas 
Casandra habló con pasión de sus presagios 
y de la luz del amanecer brindando tras a puerta 

-Creo en ti Casandra. No estas loca 
Se besaron y en su boca florecieron madreselvas 
-Dulce Casandra, ponte de pie 
-Yo te he conocido antes. Quizás te soñé 
Hay quien duda ya y cree en la leyenda 
Juntos buscaran la puerta 
Dulce mañana 
Yo, no se tú... 
creo en Casandra


Ismael Serrano en su disco "Sueños de un hombre despierto"




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Dame tu brazo, amor, y caminemos


Dame tu brazo, amor, y caminemos,

dame tu mano y sírveme de guía.
Ya no quiero saber si es noche o día:
mis ojos están ciegos. Avancemos.

Dame tu estar, amor, en los extremos,

tu presencia y tu infiel sabiduría:
por los caminos de la sangre mía
ya no sé si es que vamos o volvemos.

Y no me digas nada. No es preciso.

Deja que vuelva al pórtico indeciso 
desde donde no escucho ni presencio:

Todo fue dicho ya, tan a menudo,

que ahora tengo miedo, amor, y dudo
de aquello que está al borde del silencio.


Julia Prilutsky Farny, en su libro "Antología del amor"





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Me mata


Me tienes de la cabeza, 
me llevas de la nariz, 
me tienes loco re loco, 
muy loco pero feliz, 
Me tienes, me tienes atrapado, 
mani mani mani maniatado, 
aaaaaaaaaaaah! 
Me mata, me mata, me mata 
me mata tu mirada, 
me mata, 
me mata, 
me lleva, 
me trae, 
me arranca la cabeza, 
me mata, 
me mata, me mata, me mata, 
me mata tu mirada, 
me mata, 
me matas, 
me llevas, 
me traes, 
me arrancas la cabeza, 
me mata. 
Me tienes como un drogado, 
no me quiero escapar, 
Me tienes hipnotizado, 
no me puedo despertar, 
Me tienes apresado, 
pa pa pa pa pa paralizado, 
aaaaaaaaaaaaaaaaah! 
Me mata, me mata, me mata 
me mata tu mirada, 
me mata, 
me mata, 
me lleva, 
me trae, 
me arranca la cabeza, 
me mata, 
me mata, me mata, me mata, 
me mata tu mirada, 
me mata, 
me matas, 
me llevas, 
me traes, 
me arrancas la cabeza, 
me mata. 
Me mata, me mata, me mata 
me mata tu mirada, 
me mata, 
me mata, 
me lleva, 
me trae, 
me arranca la cabeza, 
me mata, 
me mata, me mata, me mata, 
me mata tu mirada, 
me mata, 
me matas, 
me llevas, 
me traes, 
me arrancas la cabeza, 
me mata.


Kapanga, en su disco "A 15 cm de la realidad"


Loco (tu forma se ser)



Te vi llegar del brazo de un amigo
cuando entraste al bar y te caíste al piso,
me tiraste el pingüino, me tiraste el sifón,
estallaron los vidrios de mi corazón
te vi bailar, brillando con tu ausencia
sin sentir piedad chocando con las mesas
te burlaste de todos, te reíste de mí
tus amigos escaparon de vos,
y a mí me volvió loco tu forma de ser,
a mí me vuelve loco tu forma de ser
tu egoísmo y tu soledad
son estrellas en la noche de la mediocridad
me vuelve loco tu forma de ser,
a mi me volvió loco tu forma de ser
tu egoísmo y tu soledad
son joyas en el barro de la mediocridad
viniste a mí, tomaste de mi copa,
me sonreíste así, nadando en tu demencia
no sabía que hacer, te traté de besar,
me pegaste un sopapo y te pusiste a llorar
me vuelve loco tu forma de ser,
a mí me volvió loco tu forma de ser
tu egoísmo y tu soledad
son estrellas en la noche de la mediocridad
me vuelve loco tu forma de ser,
a mi me volvió loco tu forma de ser
tu egoísmo y tu soledad
son joyas en el barro de la mediocridad


Los Auténticos Decadentes, en su disco "El milagro argentino"



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Los amantes del Nahuel Huapi



Según cuentan los Tehuelches muy viejos y muy sabios, cuando cae la tarde sobre el lago Nahuel Huapi, llegan chillando los macáes. 
Abanican el agua con sus alas plateadas y se sumergen largos instantes. Flotan como barquitos en las ondas brillantes que los hamacan en su vaivén tornasolado y nadan en grupo hacia la orilla, donde esconden sus nidos.
Dicen los tehuelches que si uno hace silencio y presta atención podrá ver siempre juntos a dos macáes, macho y hembra, que se rezagan para despedirse del lago antes de nadar con el resto de la bandada hacia su refugio nocturno. 
Entonces puede identificarse a Maitén y Shompalhué, el espíritu del lago, que finalmente los haya salvado, y a recordar el tiempo en que se querían como hombre y mujer.
Maitén y Collaán iban a casarse al comienzo del verano. La novia, ayudada por el resto de las mujeres, había trabajado mucho: tejido apretadas mantas, conseguido del challafe los recipientes de barro que iban a hacerle falta y ayudado a preparar el muschay. 
Y quiso engarzar en secreto un collar de ostras para llevar el gran día de la fiesta.
En busca de los caracoles más raros, más bellos, más perfectos, Maitén salía a recorrer las playas alejadas.
Durante largas tardes bordeaba la orilla del lago, internándose de a ratos en las laderas cuando los acantilados le salían al encuentro. Después de cada rodeo, accedía por fin a otra playa. Y no era fácil distinguir las conchas entre las piedras que la forman; entonces Maitén se agachaba y examinaba el terreno con sus ojos oscuros y sus dedos diestros, o se acercaba al borde del lago con la ilusión de encontrar allí alguna, embellecida por el agua. Así la descubrieron dos pehuenches. 
Y en cuanto la vieron, la quisieron para ellos. Se acercaron, la saludaron con cortesía y luego de una larga conversación que impacto a la muchacha, trataron de convencerla de que aceptara casarse con uno de los dos.
Maitén, antes de volverse apurada a su ruca, les explico que estaba prometida, que le faltaba muy poco para ser una mujer casada. Además -les dijo - esos asuntos debían tratarse entre los padres. 
No les contó cuanto quería a Coyán porque le dio vergüenza. Pero los pehuenches no se conformaron, y para que alguien obligara a Maitén a quererlos consultaron con una machi. 
La vieja les contesto que no se torcían así nomás las voluntades, que elegir era algo serio, que había que someter la decisión a un espíritu superior. Y explico que era necesario recurrir a Shompalhué, que arremolinaba el nahuel huapi durante las tormentas o lo vuelve manso ahuyentado a Kûref.
Después los despachó a que esperaran confiados, que el plan ya estaba en marcha.
Mientras tanto seguían los preparativos en la choza de Maitén, y ella se iba cada vez mas lejos para buscar las cuentas que le faltaban. La machi preparo con cuidado sus hechizos y cuando todo estuvo listo salió en canoa para sorprender a Maitén. 
La encontró sentada en una saliente, en el momento en que sacaba el collar de su bolsa para admirarlo al sol.
Clavando el remo la saludo:

- Buenas tardes, muchacha ¿cómo pasa sus últimos días la ullcha domo? -buenas tardes -contesto Maitén poniéndose el collar -pero como sabía que voy a casarme.
- Las viejas como yo sabemos muchas cosas - dijo la machi -. También sé que desde hace días andas buscando conchas por la orilla. Traigo una muy hermosa que encontré hace años en un chakao que pocos conocen, completarían muy bien ese collar. 
Y rebuscando entre sus ropas saco una valva tornasolada.
- ¡Déjeme verla, por favor!! - Pidió Maitén. Y la machi se la tendió.
La concha ocupaba casi toda la palma de Maitén, pero era más delgada y liviana que las que la muchacha conocía.
Al darla vuelta vio que en su parte cóncava tenia un extraño dibujo rosado y gris, con un centro verdoso que parecía un ojo. Maitén no podía dejar de mirarlo; la pupila brillante parecía dilatarse y contraerse, mientras su borde se desdibujaba en el tornasol.
La muchacha no se dio cuenta de que se adormecía, de que la machi la deslizo hacia la canoa y tendió en el fondo, de que saltó a la orilla y empujó la embarcación alejándola de la costa, camino al reino de Shompalhué.
Así la distinguió Coyán un kilómetro mas allá, cerca de su ruca, mientras pescaba percas. El muchacho se lanzo al agua para interceptar la canoa sin remero y no pudo creer lo que veía: con las mejillas arrebatadas por el sol, la boca entreabierta y un collar de caracoles sobre el pecho, iba su novia dormida.
Sosteniéndose del borde de la canoa, Coyán comenzó a llamarla:
- Maitén, Maitén! - decía, mientras se inclinaba sobre ella y sin querer le mojaba la cara, el cuello, el manto. 
Pero Maitén dormía profundamente mientras el sol se iba ocultando detrás de las montañas, el agua se enfriaba y Kûref, convocado, empezaba a soplar. Enseguida la corriente empezó a arrastrar hacia el flanco rocoso de la montaña la canoa a la que se aferraba Coyán con desesperación, maldiciendo la falta de un remo.
Entonces todo el lago pareció levantase y con extraña fuerza hizo ceder las rocas, partiendo en dos la montaña para abrirse paso, avanzando implacable por el nuevo cañadón e inaugurando un nuevo lecho.
Perdida la canoa, con el cuerpo rígido de frío, agotado por el esfuerzo y preso por el miedo, Coyán intentaba todavía mantenerse a flote sosteniendo fuera del agua la cabeza de Maitén. Pero el lago enloquecido disponía de sus cuerpos: los hacia hundiese y levantarse como si fueran ramitas y parecía a punto de estrellarlos contra las rocas.
En ese momento una gran ola los sumergió una vez más y enseguida, a la vez que se calmaba la tormenta, surgieron de ella dos macáes que se alejaron por el agua ya mansa, grácil, plateada y brillante como la misma espuma.

Leyenda popular Mapuche





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El discípulo


Cuando Narciso murió, el río de sus delicias se transformó de una copa de agua dulce en una copa de lágrimas saladas, y las Oréades vinieron llorando por los bosques a cantar junto al río y a consolarle. 
Y cuando vieron que el río habíase convertido de copa de agua dulce en copa de lágrimas saladas deshicieron los bucles verdes en sus cabelleras y gritaban al río y le decían: 
-No nos extraña que le llores así. ¿Cómo no ibas a amar a Narciso con lo bello que era? 
-¿Pero Narciso era bello? 
-¿Quién mejor que tú puede saberlo? -respondieron las Oréades- Nos despreciaba a nosotras, pero te cortejaba a ti, e inclinado sobre tus orillas, dejaba reposar sus ojos sobre ti, y contemplaba su belleza en el espejo de tus aguas. 
Y el río contestó: 
-Si amaba yo a Narciso, era porque, cuando inclinado en mis orillas, dejaba reposar sus ojos sobre mí, en el espejo de sus ojos veía reflejada yo mi propia belleza.


Oscar Wilde, en su libro "Poemas en prosa"



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El último piso




La comida sería a las nueve y media, pero me encarecieron que llegara un rato antes, para que me presentaran a los otros invitados. 
Llegué apresuradamente, sobre la hora, y, ya en el ascensor, apreté el botón del último piso, donde me dijeron que vivían. 
Llamé a la puerta. La abrieron y me hicieron pasar a una sala en la que no había nadie. Al rato entró una muchacha que parecía asombrada de mi presencia. 
- ¿Lo conozco? -me preguntó 
- No lo creo -dije-. ¿Aquí viven los señores Roemer? 
- ¿Los Roemer? -preguntó la muchacha, riendo-. Los Roemer viven en el piso de abajo. 
- No me arrepiento de mi error. Me permitió conocerla -aseguré. 
- ¿No habrá sido deliberado? -inquirió la muchacha, muy divertida. 
- Fue una simple casualidad -afirmé. 
- Señor... -dijo. Ni siquiera sé cómo se llama. 
- Bioy -le dije-. ¿Y usted? 
- Margarita. Señor Bioy, ya que de una manera u otra llegó a mi casa, no me dirá que no, si lo convido a tomar una copita. 
- ¿Para brindar por mi error? Me parece muy bien. 
Brindamos y conversamos. Pasamos un rato que no olvidaré. Llegó así un momento en que miré el reloj y exclamé alarmado:
 - Tengo que dejarla. Me esperan, para comer, los Roemer a las nueve y media. 
- No seas malo -exclamó. 
- No soy malo. !Que mas querría que no dejarte nunca!, pero me esperan para comer. 
- Bueno, si preferís la comida no insisto. Has de tener mucha hambre. 
- No tengo hambre -protesté- pero prometí que llegaría antes de las nueve y media. Los Roemer estarán esperándome. 
- Perfectamente. Corra abajo. No lo retengo aunque le aclaro: no creo que vuelva a verme. 
- Volveré -dije-. Le prometo que volveré. 
Podría jurar que antes nos habíamos tuteado. Pensé que estaba enojada, pero no tenía tiempo de aclarar nada. La besé en la frente, solté mis manos de las suyas, y corrí abajo. 
Llegué a las nueve y treinta al octavo piso. Comí con los Roemer y sus otros invitados. Hablamos de muchas cosas, pero no me pregunten de qué, porque yo sólo pensaba en Margarita. 
Cuando pude me despedí. Me acompañaron hasta el ascensor. Cerré la puerta y me dispuse a oprimir el botón del noveno piso. 
No existía ese botón. El de mas arriba era el octavo. 
Cuando oí que los Roemer cerraban la puerta de su departamento, salí del ascensor para subir por la escalera. Sólo había allí escalera para bajar. 
Oí que había gente hablando en el palier del sexto piso. Bajé por la escalera y les pregunté como podía subir al noveno piso. 
- No hay noveno piso- me dijeron. 
Empezaron a explicarme que en el octavo vivían los Roemer, que eran, seguramente, las personas a quienes yo quería ver... 
Murmuré no sé qué y sin escuchar lo que me decían me largué escaleras abajo. 


Adolfo Bioy Casares, en su libro "Una magia modesta"




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Leyenda de los sentimientos


Cuenta la leyenda que una vez se reunieron en un lugar de la Tierra, todos los sentimientos y cualidades de los seres humanos.
Cuando el Aburrimiento había bostezado por tercera vez, la Locura, como siempre tan loca, les propuso: - "¿Jugamos al escondite?".
La Intriga levantó la ceja intrigada y la Curiosidad sin poder contenerse, preguntó: - "¿El escondite? ¿Y cómo es eso?".
- "Es un juego"- explicó la Locura-, "es un juego en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón, mientras ustedes se esconden y, cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes al que encuentre, ocupará mi lugar para continuar el juego".
El Entusiasmo vaciló secundado por la Euforia. La Alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la Duda, e incluso a la Apatía, a la que nunca le interesaba nada.
Pero no todos quisieron participar. La Verdad prefirió no esconderse, ¿para qué?, si al final siempre le hallaban y la Soberbia opinó que era un juego muy tonto (en el fondo, lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella) y la Cobardía prefirió no arriesgarse...
Uno, dos, tres... comenzó a contar la Locura.
La primera en esconderse fue la Pereza, que, como siempre, se dejó caer tras la primera piedra del camino. La Fe subió al cielo, y la Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.
La Generosidad casi no alcanzaba a esconderse; cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos:
¿Qué si un lago cristalino?... ¡Ay, ideal para la Belleza!
¿Qué si la rendija de un árbol?... ¡Perfecto para la Timidez!
¿Qué si el vuelo de una ráfaga de viento?... ¡Magnífico para la Libertad!
Así que terminó por ocultarse, ella, la Generosidad en un rayito de Sol.
El Egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo... pero sólo para él. La Mentira se escondió en el fondo de los océanos (¡mentira!, era mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris), y la Pasión y el Deseo en el centro de los volcanes, y el Olvido... ¡se me olvidó donde se escondió el Olvido!... pero eso no es lo importante.
Cuando la Locura contaba 999.999, el Amor aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado, hasta que encontró un rosal y enternecido, decidió esconderse entre sus flores.
- "¡Un millón!"-, contó la Locura y comenzó a buscar.
La primera en aparecer fue la Pereza, sólo a tres pasos de una piedra. Después escuchó a la Fe, discutiendo con Dios en el cielo sobre teología. A la Pasión y al Deseo los sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a la Envidia, y claro, pudo deducir donde estaba el Triunfo. Al Egoísmo no tuvo ni que buscarlo; él solito salió de su escondite que había resultado ser un nido de avispas.
De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago, descubrió a la Belleza. Y con la Duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún en qué lado esconderse.
Así fue encontrando a todos: el Talento entre la hierba fresca, a la Angustia en una oscura cueva, a la Mentira detrás del arco iris... (¡mentira, sí ella estaba en el fondo del océano!), y hasta el Olvido, que ya se le había olvidado que estaba jugando al escondite.
Pero sólo el Amor no aparecía por ningún sitio. La Locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas y, cuando estaba por darse por vencida, divisó un rosal y las rosas...
Y tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto, un doloroso grito se escuchó. Las espinas habían herido en los ojos al Amor, la Locura no sabía qué hacer para disculparse; lloró, imploró, pidió perdón, y hasta prometió ser su lazarillo.
Desde entonces, desde que por primera vez se jugó al escondite en la Tierra, el Amor es ciego y la Locura siempre, le acompaña.


Mariano Osorio



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Pueblo Blanco


Colgado de un barranco
duerme mi pueblo blanco
bajo un cielo que, a fuerza
de no ver nunca el mar,
se olvidó de llorar.

Por sus callejas de polvo y piedra
por no pasar, ni pasó la guerra.
Sólo el olvido...
camina lento bordeando la cañada
donde no crece una flor
ni trashuma un pastor.

El sacristán ha visto
hacerse viejo al cura.
El cura ha visto al cabo
y el cabo al sacristán.
Y mi pueblo después
vio morir a los tres...

Y me pregunto por qué nacerá gente
si nacer o morir es indiferente.

De la siega a la siembra
se vive en la taberna.
Las comadres murmuran
su historia en el umbral
de sus casas de cal.

Y las muchachas hacen bolillos
buscando, ocultas tras los visillos,
a ese hombre joven
que, noche a noche, forjaron en su mente.
Fuerte pa' ser su señor.
Tierno para el amor...

Ellas sueñan con él,
y él con irse muy lejos
de su pueblo. Y los viejos
sueñan morirse en paz,
y morir por morir,
quieren morirse al sol.

La boca abierta al calor, como lagartos.
Medio ocultos tras un sombrero de esparto.

Escapad gente tierna,
que esta tierra está enferma,
y no esperes mañana
lo que no te dio ayer,
que no hay nada que hacer.

Toma tu mula, tu hembra y tu arreo.
Sigue el camino del pueblo hebreo
y busca otra luna.
Tal vez mañana sonría la fortuna.
Y si te toca llorar
es mejor frente al mar.

Si yo pudiera unirme
a un vuelo de palomas,
y atravesando lomas
dejar mi pueblo atrás,
juro por lo que fui
que me iría de aquí...

Pero los muertos están en cautiverio
y no nos dejan salir del cementerio.


Antonio Machado en "Poesías Completas"





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Una carta de amor


Señorita: Usted y yo nunca fuimos presentados, pero tengo la esperanza de que me conozca de vista. Voy a darle un dato: yo soy ese tipo despeinado, de corbata moñita y saco a cuadros, que sube todos los días frente a Villa Dolores en el 141 que usted ya ha tomado en Rivera y Propios. ¿Me reconoce ahora? Como quizá se haya dado cuenta, hace cuatro años que la vengo mirando. Primero con envidia porque usted venía sentada y yo en cambio casi a upa de ese señor panzudo que sube en mi misma parada y que me va tosiendo en el pescuezo hasta Dieciocho y Yaguardón. Después con curiosidad, porque, claro, usted no es como las otras: es bastante más gorda. Y por último con creciente interés porque creo modestamente que usted puede ser mi solución y yo la suya. Paso a explicarme. Antes que nada, voy a pedirle encarecidamente que no se ofenda, porque así no vale. Voy a expresarme con franqueza y chau. Usted no necesita que le aclare que no soy lo que se dice un churro, así como yo no necesito que Ud. me diga que no es Miss Universo. Los dos sabemos lo que somos ¿verdad? ¡Fenómeno! Así quería empezar. Bueno, no se preocupe por eso. Si bien yo llevo la ventaja de que existe un refrán que dice: «El hombre es como el oso, cuanto más feo más hermoso» y usted en cambio la desventaja de otro, aún no oficializado, que inventó mi sobrino: «La mujer gorda en la boda, generalmente incomoda», fíjese sin embargo que mi cara de pollo mojado hubiera sido un fracaso en cualquier época y en cambio su rolliza manera de existir hubiera podido tener en otros tiempos un considerable prestigio. Pero hoy en día el mundo está regido por factores económicos, y la belleza también. Cualquier flaca perchenta se viste con menos plata que usted, y es ésta, créame, la razón de que los hombres las prefieran. Claro que también el cine tiene su influencia, ya que Hollywood ha gustado siempre de las flacas, pero ahora, con la pantalla ancha, quizá llegue una oportunidad para sus colegas. Si le voy a ser recontrafranco, le confesaré que a mí también me gustan más las delgaditas; tienen no sé qué cosa viboresca y fatigosa que a uno le pone de buen humor y en primavera lo hace relinchar. Pero, ya que estamos en tren de confidencias, le diré que las flacas me largan al medio, no les caigo bien ¿sabe? ¿Recuerda ésa peinada a lo Autrey Hepburn que sube en Bulevar, que los muchachos del ómnibus le dicen “Nacional” porque adelante no tiene nada? Bueno, a ésa le quise hablar a la altura de Sarandi y Zabala y allí mismo me encajó un codazo en el hígado que no lo arreglo con ningún colagogo. Yo sé que usted tiene un problema por el estilo: es evidente que le gustan los morochos de ojos verdes. Digo que es evidente, porque he observado con cierto detenimiento las babosas miradas de ternero mamón que usted le consagra a cierto individuo con esas características que sube frente al David. Ahora bien, él no le habrá dado ningún codazo pero yo tengo registrado que la única vez que se dio cuenta de que usted le consagraba su respetable interés, el tipo se encogió de hombros e hizo con las manos el clásico gesto de ula Marula. De modo que su situación y la mía son casi gemelas. Dicen que el que la sigue la consigue, pero usted y yo la hemos seguido y no la hemos conseguido. Así que he llegado a la conclusión de que quizá usted me convenga y viceversa. ¿No le tiene miedo a una vejez solitaria? ¿No siente pánico cuando se imagina con treinta años más de gobiernos batllistas, mirándose al espejo y reconociendo sus mismas voluminosas formas de ahora, pero mucho más fofas y esponjosas, con arruguitas aquí y allá, y acaso algún lobanillo estratégico? ¿No sería mejor que para esa época estuviéramos uno junto al otro, leyéndonos los avisos económicos o jugando a la escoba del quince? Yo creo sinceramente que a usted le conviene aprovechar su juventud, de la cual está jugando ahora el último alargue. No le ofrezco pasión, pero le prometo llevarla una vez por semana al cine de barrio para que usted no descuide esa zona de su psiquis. No le ofrezco una holgada posición económica, pero mis medios no son tan reducidos como para no permitirnos interesantes domingos en la playa o en el Parque Rodó. No le ofrezco una vasta cultura pero sí una atenta lectura de Selecciones, que hoy en día sustituye a aquélla con apreciable ventaja. Poseo además especiales conocimientos en filatelia (que es mi hobby) y en el caso de que a usted le interese este rubro, le prometo que tendremos al respecto amenísimas conversaciones. ¿Y usted qué me ofrece, además de sus kilos, que estimo en lo que valen? Me gustaría tanto saber algo de su vida interior, de sus aspiraciones. He observado que le gusta leer los suplementos femeninos, de modo que en el aspecto de su inquietud espiritual, estoy tranquilo. Pero, ¿qué más? ¿Juega a la quiniela, le agrada la fainá, le gusta Olinda Bozán? No sé por qué, pero tengo la impresión de que vamos a congeniar admirablemente. Esta carta se la dejo al guarda para que se la entregue. Si su respuesta es afirmativa, traiga puestos mañana esos clips con frutillas que le quedan tan monos. Mientras tanto, besa sus guantes su respetuoso admirador.

Damocles (Mario Benedetti) del libro "Mejor es meneallo"






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